Me desayuno amargamente con mis mates y con la brutal noticia de que nuevamente, allá donde nadie ve, escondidos por la distancia, la yunga y la vergüenza ajena, mueren más niños pobres. Hijos de sus padres y de la pobreza estructural que los oprime, a los niños y a sus padres.
La pobreza estructural, concepto con el cual la presidenta, intentó justificar las víctimas del alud de hace 2 años en el mismo lugar donde en estos últimos días murieron 5 niños pertenecientes a comunidades de wichís y matacos.
La pobreza estructural que no se pudo desestructurar, a pesar de un gobierno que, al decir de sus palabras, es “progresista”, es “nacional y popular” y levanta banderas históricas, caras a los sentimientos peronista y socialista. Es cierto, las autopistas y nuevas carreteras llegan hasta los confines de nuestro país, las obras públicas son quimeras alcanzadas, los automóviles se venden como el pan caliente, por ende el “progreso” parece haber llegado.
Este es un gobierno que se caracteriza también por elevar los sentires nacionales y populares, subvencionando, publicitando y promoviendo la cultura popular y los grandes festivales, revisiona la historia y ensalza ciertos personajes históricos e insiste en denostar a otros, de acuerdo a su visión. Declama su pertenencia a los movimientos populares del siglo pasado, con especial identificación en la juventud socialista de los 70, de activa participación en el Movimiento Peronista.
Pero parece que ello no es suficiente, los chicos en el Noroeste, Noreste, Formosa, Santiago, Chaco, norte santafesino y los diferentes conurbanos de las mayores capitales del país, siguen muriendo. Algunos mueren muy chiquitos, como los del norte. De muerte natural se mueren. Es natural que se mueran si la desnutrición aguda de diferentes tipos hace que sus pequeños e indefensos organismos, no resistan el embate de alguna diarrea, la neumonía o el dengue. Sin alimentos, sin agua potable, sin una disposición de excretas adecuada y sin acceso a la asistencia médica, es natural que se mueran.
Se mueren con la misma naturalidad con la que muchos de sus comprovincianos toman la noticia. Dicen: ¿cómo no se van a morir, si sus padres son vagos y no cuidan a sus hijos? Y le continúan cantando zambas al coyuyo y al torrontés cafayateño, mientras miran cómo desmontan el campo, donde vivían sus verdaderos dueños y pronto habitará la soja.
Los chicos urbanos se mueren también, pero con una “mejor suerte”, lo hacen por lo general en la adolescencia, a lo sumo a los 20 años, sufren también de desnutrición, por lo cual no son bien nutridos sus cuerpos, sus cerebros y también sus almas al carecer del afecto de lo que sería su familia. Sufren enfermedades que los podrían matar, pero por lo general tienen acceso a algún hospital que palia su mal. De todas maneras, al poco tiempo, las drogas y las balas policiales o de sus pares, completan la profecía.
La solución a este terrible mal naturalizado, estructurado o como quiera decírsele, proviene de las autoridades nacionales, no hay, por lo menos hoy, una institución u organización nacional, más poderosa que el gobierno nacional. Si esto continúa pasando es porque el poder central no quiere o no puede, que sería lo mismo, solucionarlo.
Entonces, que el progreso no sea sólo construido con hormigón. Se debe construir ciudadanía allí donde no existe y vaya si existen excluidos. Que lo “nac & pop” pase también por la cultura de los pueblos originarios, respetándoles aunque sea sus hábitats y que los sobrefacturados cachets de los “artistas populares” se utilicen para ello, conjuntamente con las fortunas destinadas a los fastuosos festivales. Más pan, menos circo, más cultura, menos corrupción.
No creo que ni Salvador Mazza, ni Ramón Carrillo, ni el Dr. Pedro Cossio, ni siquiera los numerosos y prestigiosos sanitaristas que tiene el país, muchos de ellos partícipes activos de movimientos políticos, a los que este gobierno se declara afín hubieran participado de un gobierno que enarbola a los derechos humanos, pero se olvida del más elemental, que es la niñez saludable y feliz, puntal imprescindible para una patria soberana, justa y con un real progreso.
La masacre continúa y no quiero ser un cómplice.
Marcelo F. Herrera
DNI 17579954