Mi pequeño parecer me dice que el escritor sería algo así como una vidriera, donde se muestran diversos enseres de la vida, diferentes menesteres de lo cotidiano o lo abstracto, misterios por algunos encerrados y por otros develados, sinnúmeros de imágenes del conciente y el subconsciente, desesperadas pesadillas de los peores momentos vividos, dulces evocaciones de los mejores sueños, realizados o no.
Las palabras están, viven en nuestro cerebral sistema límbico, aunque algunos lo llaman corazón. Todos las tenemos, a las palabras. Lo difícil se hace al tener que conjugarlas. Para ello se torna indispensable rodearse de un contexto amigable con las artes, procurarse una buena brújula para que al caminar la senda amplia de la vida, nos mantenga siempre bajo el sol de la humildad, además de unos buenos anteojos que permitan ver más allá del común de la gente, ver el límite finito, casi imperceptible, entre lo ridículo y lo ameno, entre lo irónico y lo cínico, entre lo sutil y lo banal, entre lo descarnado y lo agresivo.
Pero aún así, no alcanza. Se hace necesario para ser un escritor, hasta para el más modesto y siempre según mi minúsculo parecer, aquella casi extinguida condición de buen tipo que pocos pueden exhibir como vos, Germán. Leo tú libro, conozco tu cuarto hijo y como con los otros tres, te conozco más a vos, casi sin conocerte, casi sin tratarte, salvo en momentos en los que compartimos alguna dolencia familiar y confirmo y digo: vos sos un gran tipo.
No sólo la multitud que asiste a la presentación de tú primogénito literario, ni el unánime concepto acerca de tu hombría de bien, aún a pesar de la sospechada insanía que denota tú condición de sabalero, tampoco el que seas padre y esposo ejemplar (es gratis, no te preocupes), nada de eso es más valioso que el coraje que se necesita para desnudarse el alma ante el mundo y decir: Este soy yo.
Pinta tú aldea y pintarás el mundo dijo Couture Todo pretendido artista, aún sin querer serlo, nos pinta, nos describe, nos pone delante un espejo para que nos veamos y nos reconozcamos cada día, para que no olvidemos de dónde venimos, para criticar qué hacemos y para poder espiar el futuro. Pone delante de nuestros ojos la vidriera de nuestros recuerdos y nuestros sueños, por qué no de nuestras fantasías, y a pesar de las miserias que no queremos ver y que todos tenemos, agradeciendo las alegrías vivenciadas, llevamos un poco y un poco y te decimos a vos, que estás detrás del mostrador, ¡MUCHAS GRACIAS!
Marcelo F. Herrera
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