SALTO, Septiembre 08 (Por Valeria Vizzón, de la redacción de www.SaltoCiudad.com.ar) Las 6.36 de la mañana de ese jueves 7 de agosto quedarán marcados para siempre en su memoria. A esa hora, su hijo Rubén, de 14 años, le dijo “Chau, mami”, como hacía todos los días antes de irse a tomar el colectivo que lo llevaría a la Escuela Agropecuaria de Gahan.
Fue la última vez que lo vio. Una hora después, un vecino tocó la puerta de su casa para decirle: “Liliana, andá a la calle lateral del cementerio que Rubén está descompuesto”. Comenzaba la pesadilla para esa mujer de tan sólo 32 años, nacida en Encarnación, Paraguay.
Su intuición, y sobre todo el corazón, le dijo que algo no andaba bien. Con su marido Leandro se acercaron en auto hasta la calle Pancho Sierra. Una cuadra antes de llegar, Liliana vio muchos policías y dijo: “Está muerto, Rubén está muerto”.
“Rubén era tímido, bueno y admiraba a Messi”
Pasaron 30 días eternos, los 30 días más difíciles en la vida de Liliana Cabral, que con dos hijas de 12 y 3 años intenta recuperarse, apoyarse en ellas y en su marido para sobrevivir a la muerte de su primer hijo, aquel bebé nacido en Paraguay y que desde los 4 años vivía con ella en Salto. Un día antes de cumplirse el primer mes del asesinato de su hijo, lo recuerda frente al monolito que construyeron entre todos en el lugar en que tres jóvenes le dispararon y acabaron con sus sueños para siempre. Sus sueños de jugar al fútbol, de conocer a su ídolo Justin Bieber, sus sueños de progresar.
Liliana, con 22 años, llegó a nuestra ciudad, y ya no se fue: encontró el amor y formó la familia de la que está orgullosa. Rubén creció en un ambiente donde no faltó el amor, el cariño y el respeto. Tímido, pegado a su mamá, hizo la primaria en la Escuela Nº 3. Allí aprendió a leer y escribir, y en 2011 cumplió uno de sus anhelos: conocer el mar en un viaje escolar a Mar del Plata.
Ya de adolescente, decidió seguir estudiando en la Escuela Agropecuaria de Gahan. Durante un año, el marido de Liliana lo llevó todas las mañanas hasta la esquina de la parroquia Pompeya para que tomara el colectivo que lo llevara a la escuela. Pero este año él le dijo a su mama: “Má, ya soy grande, puedo ir solo”. “Y yo lo dejé –recuerda Liliana-, los primeros días lo acompañé, después lo despertaba a las 5.30, le preparaba el desayuno, y entre las 6.30 y las 6.40, Rubén se iba. Yo me volvía a dormir”.
Pero esa madrugada del jueves 7 de agosto, Liliana no se pudo volver a dormir.
“Era un buen hijo, un buen hermano y un buen amigo”
Con voz firme, y hasta con una sonrisa, Liliana recuerda a su primogénito: “Rubén no daba problemas, no tuvo maldad hasta el último día de su vida. Le gustaba la escuela, ir con sus amigos, dibujar y pintar. No era para nada de salir de noche. Prefería quedarse en casa, escuchando música en la computadora. No era como los típicos adolescentes que quieren salir, a él le gustaba estar en casa, y los sábados me pedía que le hiciera pizzas caseras. Y el último sábado no pude porque estaba enferma, igual se las cociné el domingo, y me dijo: “mami, enseñame, así cuando te sentís mal las hago yo. El próximo sábado lo iba hacer, pero no pudo porque murió el jueves”.
Liliana también lo recuerda jugando al fútbol, ya que Rubén fue a entrenamiento a Club Sports desde los 6 años, aunque el último año no pudo ir por los horarios de la escuela. Era, además, fanático de Boca.
Seguir viviendo
Durante los 15 minutos de conversación Liliana no llora, recuerda y se pregunta: “No sé cómo hago para vivir, no sé cómo estoy resistiendo. Yo a veces me levanto a las 6.45, y veo que es de día, y pienso que no era de noche cuando lo asesinaron. Ese día cuando llegué al lugar, me dijeron primero que era por muerte súbita. Yo no lo creí, después me dijeron que lo habían matado. Tenía los auriculares puestos, y faltaba el Blackberry, que era nuevito, sólo lo pudo usar 5 meses”. Con esa última frase Liliana da por finalizada la conversación. Aunque después agrega: “El disparo fue de atrás. Lo mataron por matar”. (www.SaltoCiudad.com.ar)