El último cierre de listas ha sido la confirmación más evidente del estado de desagregación que afecta a los partidos políticos argentinos. Es una crisis que empezó a manifestarse en octubre de 2001, que tuvo su episodio más dramático en diciembre de ese año y que (a pesar de haberse aparentemente distendido en los años siguientes) siguió avanzando de manera más sigilosa de allí en más. Pero lo que es claro es que la crisis de representación que empezó en 2001 se fue profundizando con el transcurso de los años. El sistema de partidos fue paulatinamente reemplazado por múltiples grupos, reducidos, cuyos integrantes están unidos exclusivamente por intereses electorales. La novedad de este período que vivimos es sin duda la velocidad y la ausencia de responsabilidad política que acompañan los traspasos entre grupos, verdaderos giros en el aire que sólo se explican en función de intereses individuales. Cuando en 2005 un diputado electo por un partido, antes de asumir, se pasó a otro, el cimbronazo en la política argentina fue tan intenso que hasta se le puso nombre: "borocotización". Hoy, ese proceso está tan extendido que difícilmente asombre a alguien.
En medio de tanta preocupación individual, se pierde la esencia de la política, que es hacer para transformar la realidad. Desaparecen las propuestas, los proyectos colectivos, se deja de hablar de los grandes temas que preocupan a los argentinos (inflación, corrupción, seguridad, transporte, energía, salud y educación, entre otros) y -en gran parte- todo se reduce a una danza de nombres que se representan sólo a sí mismos.
Necesitamos construir un país normal. La realidad argentina muestra que ésta es una propuesta vigente y extremadamente necesaria. Un país normal es un país donde la familia y los amigos pueden reunirse sin pelearse por pensar distinto. En un país normal se convive, y los hijos pueden jugar y estudiar, y vivir mejor que los padres. En un país normal la historia no se inventa a la medida de nadie. Un país normal es un país donde los corruptos van presos. En un país normal la Constitución Nacional y las instituciones de la República se respetan, y la democracia no se confunde con populismo. En un país normal, las 24 provincias (gobierne quien las gobierne) están incluidas en un proyecto nacional. Y, sobre todo, en un país normal hay trabajo decente, educación y salud pública de calidad, impulso a la producción y obra pública estratégica. Es un proyecto que incluye a todos, pero especialmente a quienes más lo necesitan.
Por ello, invitamos a quienes comparten esta forma de ver, expuesta por el Presidente del Partido Socialista, Dr. Hermes Binner, a reflexionar y sumarse a trabajar con quienes mejor se sienten identificados, socialistas o no socialistas, por el cambio que nuestro país necesita. Un país normal se construye entre todos, porque sin participación no hay cambio”.
Alberto Pontoni
PS-Salto